Me gusta el triatlón: el enduro, la farra y además soy seterosexual.
Qué bonito es el deporte. Más, cuanto más diversificado. No sólo desde el sillón, practicando toda suerte de levantamientos desde lo más mullido del sofá, abrazando ya a estas alturas del año nuestra manta “teresiana”, con la vista puesta en la televisión, – o en un exceso de consumo de energía, mirando por la ventana- sino al aire libre. Este no es mi caso, afortunadamente. En vez de arrellanarme y embrutecerme con los rayos catódicos, manipulado cuerpo y mente por los emisores de programas basura, me he tirado al monte para disfrutar de un fin de semana de libertad, compartiendo con la familia y los amigos las maravillas de la estación del Otoño. Los árboles parecen estallar en un sin fin de colores, desde los ocres y marrones hasta los oros y amarillos, del chopo a los litoneros, del verde profundo del acebo al delicado musgo o esquivo liquen. Una suerte de variedad que sólo se da en estos días, un lujo poder disfrutarlo tan cerca de casa, en Oroel.
Después de un día entero en sus faldas buscando setas, afición que también me apasiona, no pude por más que ya que tenía la bicicleta cargada en el coche “casualmente”, hacerme una bajada el sábado tarde por la Calzada Romana. Preciosa bajada técnica que me hizo sacar los colores en más de una ocasión en tiempos pasados. Ahora es mi compañera en muchas ocasiones para llevarme a casa, en un último disfrute y lo que es más importante, fuente de adrenalina salvaje que te transporta al enduro primigenio.
Esta vez sólo se trataba de llegar antes que el coche. A fecha de hoy se ha arreglado afortunadamente la pista que conduce hasta el Parador y los vehículos pasan sin dificultad, como consecuencia más rápido, pero todo tiene su parte buena y mala. Lo que aquí interesa es que enseguida llegas al final de la senda y en eso consistía el reto, en llegar antes que el coche. Dicho y hecho. Pertrechado hasta la espalda y con un nivel de nervio y ansia que florecía a ras de piel, me enfrento a los primeros tramos sobre piedra cortante y tobogán de tierra mojada. Un detalle que hubiera humedad y tanto grip. Lo suficiente para no subirme por las laderas de piedra a peraltar la curva y gozar como una perra. Así que en un alarde de técnica y control volando sobre las piedras y los cantos, sobre las canales en “V” y las raíces mojadas se masca la tragedia en cualquier curva, al saltar, al rasar, al trazar al límite sobre el barranco, incluso en alguna trampa natural con la que no cuentas…….y agárrate que hay curva zagal. Haz ceprén sobre el ángulo corto de la curva, zagal. Simplemente el salto sobre la piedra, en escalón a derecha, tan sencilla si la conoces se torna una trampa complicada. Y qué decir del túnel de vegetación, oscuro, incierto, acechante y veloz. Hasta que algún día en una tollina (de esas de voltereta) se te peleen los dientes por salir de la boca. Ahí está el casco integral, las protecciones, la espaldera, etc, etc. Por fin se sale a la luz, procedente del agujero y ahora toca un empedrado de lajas sueltas que se torna en una fiesta de color para los empastes. La bici se menea más que una coja en un baile, pero a base de sujetar manillar llegas al último obstáculo en forma de canal que cruza el camino. Ufffffff, tira la bici. Allí está el coche. Mierda. Me ha ganado. En fin, otra vez será. Lo dejo para el lunes.
Un buen día es aquel en el que has disfrutado. En mi caso de tres deportes, auténticos, genuinos, de pura raza y estirpe montañesa. Me gusta el Triathlón. No se puede negar que estoy entregado. Después de buscar setas con los míos, un poco de bici en su versión más endurera y por último sólo resta encaminarme a la C/ Zocotín, para acabar una jornada épica. Tres deportes de riesgo. Qué más se puede pedir. Una visita por la variada oferta gastronómica por la antigua capital del Reyno satisface las necesidades del más exigente y también de aquellos que nos movemos con niños. Para todos los gustos tenemos posibilidad. A nosotros nos va combinar, así que merienda y cervecitas a tutiplén. Hasta la noche y más allá.
Otro día de monte, esta vez por la falda de Estiviellas, con final feliz el domingo y la correspondiente visita al Palacio de Congresos donde se celebraban las Jornadas Micológicas de Jaca, me hace reconsiderar que mi siguiente día de bici sea otra vez por la madre Oroel. Es mi santuario, tierra protegida, fértil, dura y agreste. Divertida para el enduro y suave de subir ciclando. Decidido. El lunes te visitaré. Pero esta vez será para bajar de verdad.
Lunes. Empiezo el ritual de vestir, de acicalarme y tomar todos aquellos utensilios necesarios para un descenso más o menos protegido, que no seguro. Me planteo la ruta, pero……..la tengo clara. Empiezo por la Senda del Oro. Desde la carretera la subida es sencilla y muy agradable. Un par de cercas y de la casa sobre los prados bajos te llevan inmediatamente hasta el primer rampón entre los pinos. En menos de 2 kms has pasado por las pistas auxiliares para encontrarte con la entrada del sendero. Precioso, húmedo y plagado de todo tipo de vegetación y pino repoblado. Pero hasta que no llegas al cuello, rodeado de cojines de monja, o erizones, no verás la bajada de verdad.
Pienso disfrutar a tope. No voy a dar tregua. La senda es corta y rápida. (Esta vez no pongo en ON el modo cachondeo para describirla) Muyyyyyy rápida. Al principio es donde se marcan las diferencias, sobre las piedras iniciales que tanto me gustan, las raíces tramposas y escondidas y un par de curvas que necesariamente debes tomar en tiempo y forma para no acabar en el barranco. La velocidad es de vértigo, noto los latidos en las sienes por el casco integral y veo pasar las ramas casi con pavor, a velocidad absurda. Los escasos minutos de emoción han pasado y sólo queda tu camiseta pegada al cuerpo con una sudada mayúscula. Tus músculos se relajan y enfrían, han pasado del rojo vivo a la relajación y notas alivio general, menos peso, el flow te ha dejado en el tramo anterior y ahora respiras el aire fresco. Quieres gritar, pero te encuentras en otra dimensión, ¿quién te va a oír? En única instancia otro tarao como tú que suba o baje con una máquina igual a la tuya. Vamos a por el otro tramo. Una segunda oportunidad de tocar el cielo. Al sendero de Barós.
Madremíadelamorhermoso. Esto no puede ser bueno, ni siquiera me he gastado en el tramo de conexión pasando el Parador. Me noto fuerte, inmenso, con reservas para lo que sea necesario. A mi modo de ver le pondría el punto negativo de la cantidad de senderistas que lo surcan, pero amigos, el monte es de todos y para todos. Así que San Joderse, cayó en lunes. Inicio. Ya no puede ser mejor. Velocidad, mucha velocidad, peralte, sube, sube, sube, uyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy, ostrinera qué poquico me ha faltado para quedarme sin tapia. Sales rebotado con la fuerza centrífuga totalmente contrarrestada, pero a cambio la reacción es entrar en la senda “a fuego”, sobre las raíces, casi sin tocar, hasta el siguiente árbol que rodeas con vértigo si más zetas te esperan, más, más, más…. Sobre los troncos y piedras puestos para fabricar escaleras ya ni te planteas ver, los utilizas de trampolín hasta la curva, para pillar el flow necesario que te conduce al siguiente obstáculo y de repente la frenada que te empuja el cerebro sobre los ojos porque llega la zeta de piedra que no te va a dar tiempo a trazar. Ya está. Tollina. Esta vez no, el pequeño vuelo sobre la parte izquierda te deja en la canal y sales totalmente dirigido. No se puede negar que la Virgen estaba por allí dando cobertura. Jodofloro. No me cabe un pelo a martillazos por el culo. Pero sigo. Ahora pasas el arroyo y entras en el camino ancho, de piedra, para gustarte saltando y meneando la bici. Puro chorras, exhibición y pantomima. Todo gusta. Porque ya falta nada y en menos que canta un gato entras en Barós, primero en su pista y en menos de 0,5 km al pueblo. Fin del enduro. Fin del disfrute bestia, del día de bici, del “no risk no fun”. Buen tute.
Me duele hasta las pestañas del traqueteo. Llevo las venas de las piernas que más que venas parecen un pantalón de pana. Todo fluye y se relaja. La sangre a borbotones recupera el curso normal. Eso es, voy a relajar. Pienso, un vermout. Qué idea más buena.
Volvamos hacia casa, a duchar, a cambiar de ropa y a disfrutar de un vermout por el casco viejo. Bendita ciudad. La Perla del Pirineo, la llamaban. Para mí es…………. mi casa. Pensamientos que me llevan hasta el garaje donde dejo mi bici, los aperos y el ritual de despedida hasta la siguiente vez de utilizar. Todo en orden. Subo por la escalera y pienso, ¡qué día más bueno! Otro más. Vamos a la ducha.
Nos vemos en el monte, kiollls.